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Il ballerino

  Me traen mi café la calle abarrotada de personas paseando niños, mayores, ancianos, cada uno inmerso en las pequeñeces de su existencia  como yo. A unos metros un tipo con muletas se sienta en la acera se remanga los pantalones, enseña las piernas las pantorrillas demacradas, las rodillas deformes como un flamenco pienso pero más sucio, más repugnante. Coloca un vasito de plástico delante sudando, bajo el sol de la tarde siciliana que huele a pescado, a tierra y a desconcierto y abre una cerveza, le da un trago y la cierra. Pasan unos jóvenes, ruidosos gritan a unas chicas él les echa una sonrisa, estira el vasito pero ellos ni le miran, pasan de largo mientras sigue sonriendo, les observa alejarse y otro trago de cerveza Saca unos auriculares, se los coloca los conecta a su teléfono y empieza a bailar mueve los brazos, los hombros, las caderas y sonríe, mirando a los que pasan alguna moneda cae en el vasito hace un gesto con la cabeza y otro trago de cerveza. Y termino mi café aband

Antropometría

Los Pirineos me rodean insolentes buscan el firmamento, desafían a la gravedad recortan el horizonte bañados por mares de nubes fantasmagóricos eternos, ya estaban aquí  bajo el agua del océano cuando no existía la vida y aquí seguirán cuando estemos extintos y otras formas de vida moren sus valles.   Mientras, nosotros, simios de medio pelo jugamos a dominar estas montañas escalamos, trepamos, coronamos cimas nos soñamos colosos, rivales a su altura cuando en realidad ni siquiera notan nuestra existencia somos insignificantes, imperceptibles como los ácaros que viven en mi alfombra como las bacterias que albergan mis intestinos.   Y abismado, frente a estos gigantes impasibles pienso  en lo que represento como entidad física en mi tamaño, en el tiempo que tengo soy ridículo, intrascendente una vida efímera frente a eras geológicas una mosca de la fruta, que de manera patética intenta cumplir su propósito en las pocas horas que le han sido concedidas.   Y desde mi escala de ácaro de al

Cocido de Pascua.

           La Manoli pica fino el ajo y el perejil, no le gusta encontrarse trozos gordos. Los echa en el bol donde tiene ya la longaniza y el morcón, escurre la leche de la miga que tenía en remojo desde bien temprano, lo mezcla todo y se pone a amasar. Repasa la receta, escrita a bolígrafo en un viejo cuaderno, con bonita caligrafía, elegante. No quiere olvidarse nada. Ha molido la carne de pavo y le ha echado la mezcla de especias de la mamá, el toque secreto. La primera vez que hubo un pavo en su casa era ella muy chica. Fueron a comprarlo al mercado de Llano de Brujas y lo engordaron para la Pascua. Entonces un día el papá le cortó el cuello y la mamá lo peló. Ella se escondió en la caseta del huerto, lloraba, no quería salir. Más mayorcica comprendió que las cosas eran así y empezó a ayudar a la mamá en la cocina. Tanto tiempo juntas. Mira por la ventana hacia el huerto, muy quieta. Una lágrima le resbala por la mejilla, hasta la barbilla, cae en la encimera. Virgen Santa, cómo

Toma de tierra

Yo me acuerdo que de crío, vivir era sencillo la mamá lo sabía todo, yo hacía lo que decía la comida era a las 2, los dibujos a las 6 y los amigos siempre estaban en la calle no hacía falta ni quedar. Recuerdo los sabores muy intensos los limones a bocados con sal y pimentón el pan con tomate que nos hacía el papá y los 5 duros de guisantes en su vaina que compraba en el mercado. Disfrutaba cada momento, sencillo, cotidiano los mundialitos de fútbol en la escuela el olor de la casa al volver de un viaje largo o ver el sol entrar por mi ventana mientras leía Zipi y Zape, en la cama, domingo por la mañana.   Luego todo se complicó yo me hice grande, el pueblo se quedó chico todo me sabía a poco, nada era lo que esperaba tenía demasiada prisa y la cosas iban tan lentas inteligente y soberbio, la ciudad era insuficiente el mundo prometía mucho y aquí me ofrecían poco.   Entonces me puse a dar vueltas, a poner chinchetas en el mapa a subir s

Vidas modernas

Incansablemente a lo largo de la historia el hombre ha creado cual hormiga obrera clanes, comunidades, civilizaciones enteras, en una labor constante y tenaz y tras siglos de esfuerzos guerras, revoluciones y pactos estas sociedades ocupan ya casi toda la superficie de nuestro planeta.   Quizás haya sido ésta nuestra más grande obra hasta ahora, lo más significativo de nuestra especie, nuestra seña de identidad, algo intrínseco a nuestra misma condición humana. Hemos sido capaces de fabricar nuestros propios ecosistemas, paisajes artificiales donde nos sentimos seguros, espacios cívicos en los que comercio y riquezas han florecido, remansos de urbanidad donde en la Antigüedad las artes y el pensamiento aparecieron, nos iluminaron, nos guiaron, permitiéndonos desarrollar todo nuestro potencial.   Un éxito evolutivo, un logro sin duda pero ¿a qué precio lo hemos conseguido? ¿a cuántas cosas hemos renunc

Pérdida

La vida es el constante fluir de todo aquello que nos ocurre, de todo aquello que hacemos, de todo aquello que imaginamos, desde el momento de nuestro nacimiento hasta el de nuestra muerte. Una sucesión frenética de sucesos efímeros sin derecho a una segunda oportunidad, una marcha constante quemando la tierra que dejamos detrás, explorando siempre terreno desconocido, adentrándonos a ciegas en la vasta inmensidad de un futuro que construimos al avanzar.   Y en este progreso sin fin, en este eterno retorno, cada hecho que acaece, cada palabra que escuchamos, cada acción que emprendemos, deja un poso en nosotros, una huella casi imperceptible pero indeleble que va esculpiendo y dando forma a nuestra vida y a nuestra esencia misma.   Momentos que se borran de nuestros recuerdos, pero que no se pierden en el vacío, sino que son el material del que estamos hechos, como gotas de agua en el océano, como grano