Vidas modernas

Incansablemente

a lo largo de la historia

el hombre ha creado

cual hormiga obrera

clanes,

comunidades,

civilizaciones enteras,

en una labor constante

y tenaz

y tras siglos de esfuerzos

guerras, revoluciones y pactos

estas sociedades

ocupan ya

casi toda la superficie

de nuestro planeta.

 

Quizás haya sido ésta

nuestra más grande obra

hasta ahora,

lo más significativo de nuestra especie,

nuestra seña de identidad,

algo intrínseco a nuestra misma condición

humana.

Hemos sido capaces

de fabricar nuestros propios ecosistemas,

paisajes artificiales donde nos sentimos

seguros,

espacios cívicos en los que comercio y riquezas

han florecido,

remansos de urbanidad donde

en la Antigüedad

las artes y el pensamiento

aparecieron,

nos iluminaron,

nos guiaron,

permitiéndonos desarrollar

todo nuestro potencial.

 

Un éxito evolutivo,

un logro sin duda

pero

¿a qué precio

lo hemos conseguido?

¿a cuántas cosas hemos renunciado

al volvernos urbanos?

¿qué consecuencias tiene

haber dado la espalda

a lo salvaje,

a lo indómito?

 

Por arrojarnos en los brazos de la

Civilización,

hemos abandonado

a nuestra madre

Naturaleza,

hemos olvidados de qué material

estamos hechos,

hemos creído que el vínculo

que nos une a la tierra

es cosa del pasado,

estúpidos.

 

Hemos comprado jaulas

para vivir,

para desplazarnos,

para trabajar

y en ellas pasamos los días,

horas interminables

sentados

como si nuestras piernas estuvieran creadas

para estar sentados,

mirando hacia fuera

protegidos en nuestra burbuja,

ocupados en labores

baldías.


 A diario nos dejamos la piel

en trabajos estériles,

obras que no aportan nada

al resto del planeta,

que sólo tienen sentido

en nuestra sociedad,

con el fin último de tener más

de vivir mejor.

Y esas preocupaciones

nos empujan

fuera de nosotros,

con el sentido turbado,

con la mente siempre puesta

en el futuro,

en las vacaciones por venir,

en momentos en los que tendremos

más tiempo libre,

en los que todo será más fácil,

y como hamsters en una rueda

corremos hacia adelante,

sin tiempo de pensar,

sin vivir plenamente el presente,

y esa es nuestra gran tragedia,

pues es lo único que tenemos.

 

Nuestras ciudades,

nuestras industrias

y nuestros campos

han agotado el suelo

lo han quemado,

han consumido el sustrato

que es el origen de toda vida,

cuando el mismo abono que nutre la masa vegetal

es el alimento de nuestros cuerpos y almas

para que el niño crezca fuerte

para que el poeta alcance la gloria.

¿Quién puede imaginar

que de un ambiente

tan degradado,

tan yermo,

pueda surgir algo bueno,

sublime?

 

Lo más vivo

de nuestro mundo,

aquello que nos puede ofrecer

una experiencia real,

una vivencia pura,

que nos nutre plenamente,

es aquello que es salvaje,

aquello que no ha sido doblegado

por nuestras manos,

aquello cuyo espíritu

cuya forma primigenia

siguen intactos.

 

Pero de eso ya nada queda

en nuestro entorno,

habitamos espacios

domesticados,

delimitados por vallas,

muros,

y títulos de propiedad

donde todas las experiencias

son esperables,

predecibles,

y la mayoría de los días

son iguales,

aburridos,

¿es que no importa

cuántos días grises

tenga nuestra vida?

¿es que no importa

cuántos años pasen

intrascendentes,

indignos de recordar?

¿de verdad

no nos importa?

 

Esta es la espiral

en la que todos los miembros

de la sociedad global

estamos inmersos,

inexorable,

inescapable.


Atrapados,

pues hace falta

libertad de espíritu

e independencia de pensamiento,

cualidades ausentes

en nuestra clase,

para abrazar la vida salvaje

dejando atrás

todo aquello que es civilizado,

para hacer el camino inverso

y volver a los orígenes,

para escuchar a la naturaleza

en su propio lenguaje

no en el de los hombres.


Aun así

debemos intentarlo,

buscar experiencias reales

no dejarnos decaer,

escuchar la llamada

está constantemente ahí

sólo hay que estar atentos,

desaprender el verbo subjetivo

en que nos comunicamos

y abrir los sentidos de par en par

que la luz inunde nuestro espíritu

que nos muestre aquello

que a diario obviamos,

dejarnos guiar

por el campo magnético

y abandonar

nuestra naturaleza civil

para volver a los brazos de nuestra Madre,

nos está esperando

siempre lo estará.

 

Quizás esto sea una quimera

una labor imposible de lograr,

pero mira en tu interior

reflexiona un momento y dime

¿crees que existe un plan mejor?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sueños de gloria.

Cocido de Pascua.