Sueños de gloria.

La gloria ha estado siempre

reservada para unos pocos elegidos.

Guerreros, emperadores, mártires

y líderes de masas.

Grandes nombres

que han esculpido en la historia

páginas eternas

y cuyas hazañas resuenan hoy

con grandiosidad.

Pero

¿cómo puede

un hombre sencillo,

en este siglo,

en este país,

alcanzar esa inmortalidad?

Cuando ya no quedan continentes

por descubrir,

cuando todas las revoluciones han estallado

y fracasado,

cuando nuestra sociedad da muestras

de decadencia

que no tienen vuelta atrás.

El postureo ha sustituido a la épica

y los jóvenes venden su alma

por un efímero me gusta,

las ideas ya no cuentan

y las palabras huecas suenan grotescas

en boca de bufones paniaguados,

la deconstrucción

de todo lo que somos y conocemos

ha puesto nuestro mundo del revés

y ha mostrado un trasfondo

ridículo,

patético,

vacío.


Hoy en día,

es difícil encontrar un camino propio

en medio de esta maraña

de postverdad,

propaganda

y basura.

Una senda individual

que pueda colmar nuestros anhelos

que nos lleve cada día

un paso hacia adelante,

que nos eleve unos centímetros

por encima de la mediocridad que impera.

Durante siglos la humanidad

ha buscado ese camino,

por la acción

los intrépidos,

o por la vía del conocimiento

de la realidad

y de lo trascendente,

estoicos, ilustrados, románticos

y muchos más.

Pero esa búsqueda se ha abandonado,

son otros tiempos,

tiempos de frivolidad,

diversión

y derechos.

Incluso parece que ni siquiera es lícito

que un hombre cualquiera

aspire a grandes cosas.

Esto hiere sensibilidades

de personas y colectivos

cuya opinión siempre ha de ser respetada,

no importa que no sepan de lo que hablan,

o incluso que opinen de uno mismo.

El mérito

o el afán de superación

son ahora conceptos clasistas, machistas y racistas,

perpetúan el poder;

no ayudan a crear empoderamiento, resiliencia, ni sinergias;

constructos inventados por nuestro siglo para la galería

que me provocan

bostezos indolentes

de hastío.


Entonces,

ante este panorama,

ante esta sociedad de payasos

e inquisidores anónimos,

la única opción que tiene

cualquier persona sensata,

sensible,

es conseguir estirar el cuello,

alzarse sobre el ruido y las sombras

y atisbar la realidad

fuera de la caverna.

Un camino solitario,

de sacrificio,

que sólo llega a través de un medio,

la conciencia

de uno mismo y de su entorno,

fruto de la observación,

del estudio,

de la reflexión.

Y si conseguimos andar ese camino,

quizás, sólo quizás,

lleguemos a un estado de sabiduría personal

que nos permita observar con mirada propia,

por encima del ruido

y la furia;

un estado de independencia moral

impermeable de todo lo zafio y necio,

que es mucho;

un estado de libertad intelectual

que pueda guiar nuestras acciones

y nos permita discernir

lo importante

de lo banal.


Los grandes nombres de la historia

anduvieron ese camino,

quizás lo tuvieron más fácil,

quién sabe,

vivieron realidades más duras,

pero

en sociedades con unos principios

más definidos.

Nosotros hemos de llegar primero a ese estado

y entonces podremos iniciar la búsqueda

de la gloria,

o quizás sea alcanzar esa condición

de pensadores autónomos,

toda la gloria

a la que podemos aspirar.

Alejandro Magno, Cristóbal Colón, George Washington

se carcajearían

en sus tumbas,

pero en la era

del ruido,

en la que la sabiduría

se desprecia

como algo superfluo,

¿puede realmente

un hombre sencillo

aspirar a algo más?

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