Mi mejor maestra.

 Seis y cuarenta y cinco de la tarde. El timbre avisa que comienza el quinto periodo del turno vespertino en el Alfonso X el Sabio. Es la primera semana de curso y aún no me he aprendido el horario. Lo miro. Toca Historia. Todavía no conozco a la profesora, es la primera clase con ella. A ver… Encarna Ríos, ni idea. De repente se forma un revuelo en el aula, un grupo de alumnos liderados por dos repetidores se ríen gesticulando con grandes aspavientos, dándose la vuelta hacia el fondo de la clase, buscando cómplices para que el jaleo vaya creciendo. Yo desde mi sitio, casi al final, no puedo ver qué está pasando. Me levanto de la silla y miro hacia la tarima. Por fin veo a la profesora y ya entiendo de qué se ríen todos. Frente a la pizarra nos mira una señora de metro y medio de altura, con el pelo blanco y corto y un remolino en la coronilla que asoma desafiante, una falda gris de tubo que le llega por debajo de las rodillas y que deja entrever unos tobillos rollizos y una chaqueta también gris y tan pequeña que en cualquiera de nosotros, alumnos de 1º de BUP, habría sido de manga corta. Nada más típico en unos adolescentes, reírse del aspecto físico de una persona, sobre todo si el resto lo está haciendo y uno quiere encajar. En su mirada se percibe una mezcla de cansancio y comprensión, sonríe, se empuja hacia arriba con el dedo las gafas de culo de botella que difuminan sus ojos, espera a que la calma vuelva al aula y entonces comienza a hablar con un tono dulce pero firme, mordaz pero grave.

    Buenas tardes señores y señoritas. Esta es la asignatura de Historia de las Civilizaciones y el Arte de Occidente. Durante los próximos nueve meses les voy a contar la historia de la humanidad, la Historia con mayúsculas. Vamos a trazar  el fascinante camino que hemos andado como especie, que comienza cuando el homo sapiens fabricó la primera herramienta y que continúa a día de hoy. Si ustedes me acompañan en este viaje podrán comprender por qué fueron construidas las pirámides, cómo llegaron los romanos a dominar el Mare Nostrum o qué llevó a los exploradores de todas las épocas a buscar los límites del mundo conocido. El ser humano es capaz de crear las más elevadas obras de arte y de provocar los más atroces sufrimientos a sus iguales, de todo eso hay en nuestro pasado y todo ello lo estudiaremos aquí, en esta misma aula.

Todos nos quedamos boquiabiertos con su seguridad y aquellas risas iniciales no se volvieron a repetir nunca más. Se ganó incluso el respeto de los más macarras nada más abrir la boca. Y a partir de ese momento, cuatro veces por semana, durante aquel curso escolar 92/93, los veintinueve chavales de aquella clase de 1º H nos sumergimos ávidos en el pasado para conocer los acontecimientos que han forjado el devenir de nuestra civilización.  Y doña Encarna nos guiaba, cual flautista de Hamelín, contándonos detalles, anécdotas y datos, miles de datos, millones de datos. ¿Cómo podía alguien haber acumulado tanto conocimiento? Ella fue la primera persona que conocí que admiré de verdad, como admiraba a Hugo Sánchez o a Michael Jordan.  Admiraba lo que sabía y cómo lo explicaba, con mis catorce años y sin conocer nada de la vida ya percibía que lo que ella mostraba todos los días en el aula era sabiduría, con todas las letras.  Aquella clase de Historia despertó en mí algo que no me había pasado nunca, quería saber más, quería saberlo todo, entenderlo todo. Por supuesto que había tenido buenos maestros antes, la mayoría me habían tratado con cariño y afecto y mi recuerdo de muchos de ellos siempre vendrá acompañado de una sonrisa sincera. Pero a doña Encarna le debo el querer saber, el poner en valor el conocimiento como herramienta para entender mejor, para ser mejor.

Nunca olvidaré aquel viaje que comenzó dentro de un aula en un instituto de Murcia y que me llevó por todo el mundo y por todos los tiempos. Por supuesto que tuve que estudiar, algunos de la clase suspendieron, pero eso fue una parte del proceso que me permitió llegar más lejos y ver las cosas con un poquito más de claridad, atisbar la realidad fuera de la caverna. Y hoy en día, en la medida de lo posible, intento continuar ese camino, marcado por muchas personas y eventos que han influido en mi vida, pero que tuvo a una sola persona como punto de partida, doña Encarna Ríos.

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