Algunas de las cosas que me gustan.

Nací en la huerta y por eso me gustan los limones y las naranjas, atrapar ranas en acequias caudalosas y las cañas bien largas y duras, de esas con las que se pueden hacer espadas para luchar con mi hermano, hasta que acaba llorando y mi madre me grita que le voy a sacar un ojo un día, y que entonces le tendré que dar uno de los míos para compensarle. 

De los veranos en el Mediterráneo me gusta el azul turquesa, brillante, casi cegador, que te hace achinar los ojos para contemplar el mar y que una vez en él te envuelve, te traga y te suspende, en un silencio escandaloso para llegar a un estado de tranquilidad total, como una vuelta al vientre materno, el de la madre Tierra. 

Viví en Francia y de allí me gustan el queso, el vino y la conversación, los tres juntos, en ese orden y siempre entre viejos amigos; me gustan los viajes en tren que terminan en una estación caótica, en Saint Lazare, bajar al andén entre la multitud, pasar por el Tabac a comprar cigarrillos y el periódico y tomar un café en el exterior observando la vida de la ciudad, tomándole el pulso, antes de desaparecer entre sus calles para formar parte de ella. 

También me gusta América, con sus luces y sus sombras, sus virtudes y defectos; me gusta su gente honesta y descarada, tan ingenuos que creen que pueden hacer cualquier cosa que se propongan, guiados por un espíritu independiente que les lleva a pecar de egoísmo pero también a defender la libertad hasta sus últimas consecuencias, por encima de quién sea; y sobre todo me gusta su tierra, su naturaleza indómita, sus paisajes inmensos con horizontes que se pierden en el infinito y que son una llamada irresistible para todos aquellos de alma aventurera, un escenario atravesado por eternas carreteras que prometen llevarnos siempre un poco más lejos, un lienzo de grandiosidad geológica, vegetal y animal que ya asombró a los primeros europeos y que hace empequeñecer cualquier otro lugar que podamos haber conocido. 

En resumen puedo decir me que gusta vivir en movimiento, conocer lugares, costumbres, comidas, gentes y lenguas, como una manera de conocerme mejor a mí mismo, de no perder nunca el contacto con la fascinante realidad de nuestro mundo, de mantener viva la capacidad de sorpresa que teníamos de niños y que nos hace ver la vida a través de un filtro brillante y colorido, que nunca hemos de perder. 

Por supuesto, también hay muchas cosas que no me gustan, aburridas, sin sustancia, sin esencia, como los platos precocinados, los cruceros o los libros de autoayuda. Pero con estas no voy a perder el tiempo, no me gusta hablar de ellas.

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