Volviendo a casa.
Ahora que estoy haciendo las maletas para volver, tras dos añitos en el exilio americano, tengo un cosquilleo en el estómago que no es nuevo para mí. Vuelvo, pero a la vez voy, aunque mi destino sea mi tierra natal tengo la sensación de empezar algo nuevo. Atrapado en un continuo eterno retorno que, como ya advirtieron los estoicos, ha de quemar etapas para poder reinventarse. Así estoy ahora, vaciando la que ha sido nuestra casa durante dos años, tirando, vendiendo, regalando cosas. Tratando de quemar los trazos de nuestra estancia en este país, para poder reinventarme con más fuerza si cabe en nuestro nuevo destino.
Lo que viene a continuación es una reflexión que escribí cuando venía para acá. Curioseando en el ordenador la acabo de encontrar, y ¡qué casualidad! describe perfectamente cómo me siento.
Lo que viene a continuación es una reflexión que escribí cuando venía para acá. Curioseando en el ordenador la acabo de encontrar, y ¡qué casualidad! describe perfectamente cómo me siento.
Reflexiones en un
tren. 25/07/2012
Ya está. Aquí voy
otra vez. Solo en el tren, con dos maletas muy pesadas y un nudo en el estómago
que no me deja comer mi almuerzo de primera clase (por una vez en la vida).
Esta tensión que acumulo es fruto de varios sentimientos encontrados que
confluyen a la vez. Por un lado la tristeza de dejar atrás a la familia, ver
llorar a tus padres y despedirte de tu mujer e hijos es un trago que hay que
pasar. Y en la otra cara de la moneda la emoción, el misterio de no saber lo
que me espera.
Tengo la impresión de
estar ante la aventura más grande que haya realizado jamás, y eso me gusta, me
estimula. He tenido otras veces esta sensación, pero cada vez la empresa se
hace más grande. Como los antiguos colonos norteamericanos, que siempre soñaban
con ir un poquito más hacia el oeste, o como los entrañables Huck y Jim,
siempre un poco más hacia el norte buscando su ansiado elDorado. Tengo hambre
de experiencias, incertidumbre, curiosidad, ansiedad, y todas ellas se mueven
por mi estómago haciéndome apretar los dientes que vez que respiro bien hondo,
llenando los pulmones y exhalando nervios.
Aunque ahora esté
solo, esta vez la aventura es conjunta. Y eso hace que todo sea más difícil,
pero a la vez más satisfactorio. Soy un ciudadano del mundo y creo que las
fronteras sólo se han creado para ser cruzadas y quiero educar a mis hijos en
este estilo de vida. Quiero dotarles de herramientas para que no tengan
miedo a moverse, para que sean versátiles, independientes y libres. Libres para
elegir su forma de vida, donde y como ellos crean oportuno. Libres para que su
entorno condicione lo menos posible sus decisiones. Este es el reto más enorme
al que me he enfrentado jamás. Más que conseguir casa, trabajar fuera, pelear
con banqueros y cosas de esas que ya he hecho en otras ocasiones. Este es un
reto también al que no podría enfrentarme solo. Tengo la suerte de tener el
apoyo incondicional de su madre, sin la cual todo esto no sería posible y
gracias a la que puedo llevar adelante este proyecto vital que ha hecho que me
salgan alas, y que pese a los nervios y la tensión esté henchido de confianza y
fuerza.
Por la ventana del
tren los molinos de viento me dicen adiós con sus gigantes aspas. ¡Hasta
pronto!. Me veréis volver, vosotros que ya visteis partir a Don Quijote, y que
majestuosos oteáis desde hace varios siglos los extensos campos manchegos.
Volveré pronto, y con aventuras que contar, quien sabe si con miserias que
esconder, pero sobre todo volveré siendo una persona un poquito más libre. Mi
huida hacia el oeste estará un poco más avanzada, aunque nunca finalizada,.
Volveré y os miraré con los mismos ojos que ahora se despiden de vosotros, los
mismos ojos pero entonces un poco más viejos y experimentados.
Sí, volveré. Pero
ahora tengo prisa por irme. ¿Por qué? ¿Y por qué no? En el periódico la prima de riesgo revienta
los titulares, y el bolsillo de los maltrechos españoles. No es que esté
huyendo, ha sido una coincidencia. Pero estoy contento de librarme de todo este
conflicto económico y social.
A mi lado un abogado
no para de hablar por teléfono. Su Blackberry echa humo, y sus mocasines
italianos no paran ni un segundo de moverse sin avanzar, muestra de su
nerviosismo. Tiene un Rolex, y me ha mirado ya alguna vez por encima del hombro,
fijándose en mi camiseta arrugada. Me da un poco de pena. Tiene una operación
importante entre manos que se ha atascado y está muy agobiado. Me recuerda a
mis tiempos de banquero. ¡Pufff! Mejor no acordarme. Aunque de todo se aprende.
Yo aprendí que no quiero vivir así. Una excompañera me dijo hace unos días que
estaba loco por marchar. ¿No eres tú la loca viendo la vida pasar desde tu
mesa? Intentando siempre conseguir objetivos comerciales imposibles en plazos
demenciales. No es para mí. ¡Como es el mundo! Mi vecino en el tren no querría
estar en mi pellejo, seguro que le repugnan mis viejas y sucias zapatillas de
deporte. Yo tampoco querría en sus
impolutos mocasines. Cada uno en sus zapatos. Así debe de ser. Quizás después
de todo hay un poco de orden dentro del gran caos. Esta reflexión me
reconforta. Ahora voy a descansar, me esperan unos días muy largos.
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